REGENERACIÓN
La forma en la que los seres humanos nos proveemos de alimentos tiene una larga historia de métodos e invenciones. Y aunque gracias a la expansión de la agricultura y la ganadería pudimos alimentar a mayores cantidades de personas, ciertas prácticas llevaron a que dos tercios del planeta que antes tenían suelos fértiles, hoy se estén convirtiendo en desiertos. La búsqueda de soluciones que realmente reviertan la situación y generen un impacto positivo lleva años en el mundo de la ciencia pero, según las investigaciones más recientes, existe una práctica que podría cambiarlo todo. Y consiste en salvar al suelo, para que el suelo nos salve a nosotros.
EL ARADO.
La historia comienza con la invención del arado: un instrumento agrícola que sirve para abrir surcos en la tierra y remover el suelo antes de sembrar. Hoy sabemos que esta práctica, que los humanos desarrollamos desde hace miles de años, fue rompiendo el equilibrio de los ecosistemas y afectando nuestra salud y la del planeta. La erosión del suelo, es decir, la transformación de tierra fértil en tierra muerta, se aceleró a partir de este invento y hoy el arado es una de las prácticas más invasivas de la agricultura moderna.
El motivo es que el arado, al remover la tierra, libera el carbono almacenado y elimina a los microorganismos que viven en el suelo. De este modo, el carbono vuelve a la atmósfera y se incrementa el calentamiento global. El suelo pierde vida, se debilita, deja de atrapar agua y se convierte en desierto.
EL CARBONO.
La clave del daño que fue generando el arado en nuestras tierras está en un solo elemento: el carbono. Pero, ¿qué es el carbono?
El carbono es el pilar básico de la química orgánica. Todo en el planeta funciona con este elemento: nosotros mismos somos 16% de carbono y los microbios de nuestro suelo viven de él. El carbono es el motor de todo y es lo que realmente hace funcionar la vida en la Tierra.
El ciclo es perfecto: Los seres humanos exhalamos dióxido de carbono, y las plantas lo absorben y lo transforman en el oxígeno que nos permite vivir.
Las plantas absorben dióxido de carbono porque les sirve de combustible para su crecimiento. Pero además, un 40% de ese carbono es filtrado por sus raíces hasta los microorganismos que viven en el suelo. De este modo, las plantas alimentan a los microbios con carbono y, a cambio, ellos les brindan nutrientes vegetales.
Además, en todo este proceso, los microorganismos elaboran un pegamento de carbono, el “globalin”, que sirve para controlar el flujo de aire y agua en la tierra. De esta manera, el carbono se fija en el suelo. Es decir que nuestra tierra, cubierta de espacios verdes, tiene la capacidad de capturar grandes cantidades del dióxido de carbono de la atmósfera gracias a su universo de microbios que viven dentro.
En resumen, un suelo sano absorbe agua y dióxido de carbono pero al dañarlo con el arado y los químicos, los microorganismos mueren, el carbono almacenado vuelve a la atmósfera, los suelos se desertifican y el calentamiento global aumenta.

LOS MICROORGANISMOS.
En el suelo, aunque no lo veamos, hay todo un universo de microorganismos que viven en lo que se conoce como su “capa porosa” y que es fundamental para nuestra subsistencia y la del planeta. En cada puñado de suelo saludable hay más organismos que personas habitantes de la tierra en toda su historia. Todos ellos se alimentan del carbono que las plantas absorben y filtran a través de sus raíces.
A cambio del carbono, los microorganismos le brindan nutrientes a las plantas y fijan el carbono al suelo. Cuando los seres humanos comemos plantas -o animales que se alimentaron de ellas-, consumimos ese carbono y esos nutrientes. El ciclo es perfecto e infinito.
Es por esto que es vital que salvemos al suelo y a sus microorganismos. Porque también son parte de nosotros: nuestra salud y la del planeta están íntimamente relacionadas y son dependientes entre sí. Los seres humanos somos 1% humanos y 99% microbios. Cuando nos alimentamos, no somos nosotros sino nuestras bacterias intestinales las que consumen y procesan los nutrientes necesarios para nuestro bienestar y crecimiento. Los microorganismos son, al final, la clave de todo este maravilloso proceso.
LA AGRICULTURA ACTUAL.
A través de cientos de años, la práctica del arado, con su constante crecimiento tecnológico, fue matando los microorganismos, liberando más carbono a la atmósfera y debilitando los suelos de todas partes del planeta. Así, la tierra se fue volviendo cada vez más dependiente de químicos para lograr la fertilidad necesaria: este es el círculo vicioso de la agricultura actual.
Los pesticidas que eliminan las malezas y las plagas generan un gran daño, no solo porque envenenan los alimentos que consumimos sino porque también eliminan los microbios que son el motor de todo. Una tierra sin microorganismos es una tierra que se convierte en desierto, es una tierra sin vida: eso es lo que estamos haciendo alrededor de todo el planeta.
Estos venenos que se usan en los campos terminan en el agua, en los alimentos y en nuestro cuerpo, y dañan gravemente nuestra salud. El glifosato perjudica nuestra flora intestinal y puede producir diversas enfermedades como el cáncer. Y es que del mismo modo que mata los microbios de la tierra, elimina los de nuestro organismo, causando un estrés crónico en nuestros cuerpos y en el planeta.
Además, y para que el sistema continúe funcionando, las plantas son modificadas genéticamente para soportar a esos mismos pesticidas. Así, la agricultura acaba siendo dependiente de las empresas proveedoras de estos insumos, que al fin y al cabo son las grandes ganadoras en la economía actual del suelo.
Hoy, en lugar de entender y respetar los procesos naturales, la ganadería y la agricultura se trabajan por separado y dependen de los químicos. Sin embargo, un campo de transgénicos en Estados Unidos, incluyendo los subsidios, deja una ganancia de 4 dólares por hectárea, mientras que uno de agricultura sostenible deja 200 dólares por hectárea. Cual es la diferencia? Que el que utiliza transgénicos necesita menos mano de obra y menos trabajo en la rotación y complementación de cultivos.
